Nuevo post de Fernando Esteve
Para Huxley, Japón se lanzó a la guerra porque tenía la necesidad de crear un imperio territorial, un espacio económico propio, para compensar el hecho de que sus exportaciones de productos industriales estuviesen siendo limitadas por los Estados Unidos y los demás países europeos. Hay que recordar aquí, que estos países se encontraban insertos por entonces en la Gran Depresión de los años 30, de modo que lo que cada uno de ellos trataba -desesperada y equivocadamente- de hacer era “defender” a sus economías (es decir, el precario empleo de sus trabajadores) frente a la competencia exterior. Para hacerlo cada país trataba a la vez de favorecer sus exportaciones y de reducir sus importaciones, política proteccionista de “empobrecer al vecino” que agravó la crisis, pues es evidente que no todos los países pueden tener éxito a la vez estimulando sus exportaciones y restringiendo sus importaciones ya que si todos restringen simultáneamente sus importaciones, inevitablemente todos restringen a la vez sus exportaciones pues las importaciones de un país son las exportaciones de otro. Dicho con otras palabras, para Huxley, fue la contracción de los mercados mundiales en la depresión de la década de 1930 que se produjo a consecuencia de esa generalización del proteccionismo lo que puso al Japón en el disparadero de tener que obtener los recursos alimenticios (y de otro tipo) que necesitaba, no mediante el intercambio y el comercio internacional, sino mediante su apropiación por la fuerza: mediante la expansión imperialista y la consiguiente guerra. Personalmente, esta hipótesis explicativa de Huxley del hecho histórico del comportamiento belicoso del Japón me parece sugerente y digna de ser pensada.
Pero las cosas no se quedan ahí, pues inmediatamente en la cita anterior, Huxley va más allá, y ya en 1946 (hace la friolera de 68 años) se plantea qué puede suceder si China e India acaban industrializándose, que es precisamente lo que hoy ya ha ocurrido. Pues bien, frente a los defensores de esa industrialización permitida y fomentada por la globalización, que la ven como la antesala del más luminoso de los futuros, para Huxley esa industrialización asiática está “preñada de las más peligrosas posibilidades”. La situación que contemplaría sería una repetición de la que había experimentado el Japón antes de la guerra, sólo que ahora al Japón se le añadirían dos potencias demográficas como China y la India. De nuevo el engranaje de mecanismos que dieron origen a la guerra estaría operando: ppor un lado, las exportaciones de esos países amenazarían los empleos de los países occidentales, como por cierto está ya sucediendo; por otro, las demandas de recursos (alimenticios y de otro tipo) de esas potencias estarían creciendo, como se manifiesta en las tensiones en los mercados mundiales de productos alimentarios y de materias primas; y de nuevo, finalmente, ante el miedo a que los mercados mundiales se cierren ya hay una gran potencia emergente, como es China, que no parece ver el futuro con unos ojos optimistas en atención a su -llamemos- política imperialista de mercado por la que busca obtener el acceso a territorios en África y América Latina que le permitan tener un “espacio económico” propio que le sirva como base de recursos (alimenticios y de todo tipo) para anticiparse a que se llegue a la situación de que la globalización se desglobalice, que sufra un parón y vuelvan las políticas proteccionistas como ya pasó antes en la Historia.
Porque hay que pensar que esa pacífica política imperialista de China es de los más extraño dado que, fuera de ser la consecuencia de esa expectativa de que la globalización al final se frene (como ya ha pasado por cierto otras veces en la historia), carece de justificación económica clara. En efecto, si uno espera que los mercados existan y funcionen en el largo plazo, ¿para qué comprar los recursos básicos o primarios como tierras o fuentes de materias primas? Si no hay dudas de que los mercados van a funcionar en el largo plazo, si no hay dudas de que la globalización seguirá profundizándose, lo mejor para operar en un entorno económico de globalización pacífica siempre pasa por especializarse en las actividades donde se es más competitivo.
Sólo si se prevé como factible un futuro violento donde los mercados internacionales desaparezcan o dejen de funcionar tiene sentido para un país una política de acceso directo a los factores de producción como medio de conseguir los productos finales de que se necesita, como hizo Japón a través de su política de expansión territorial cuando la II Guerra Mundial. Si, por poner un símil, uno tiene confianza en que en el futuro va a seguir habiendo panaderías, lo mejor, lo más eficiente económicamente, es dejar a los panaderos el que hagan el pan, en tanto que los demás nos especializamos cada uno en lo que mejor sabemos hacer, ganando así un dinero que luego nos sirve para comprar el pan que necesitamos. Sólo si hay dudas de que en un futuro exista o funcione un mercado para el pan sería aconsejable el que cada uno se vaya buscando cómo acceder a un campo para poder plantar su propio trigo y poderse así hacer su propio pan.
Pero las cosas no se quedan ahí, pues inmediatamente en la cita anterior, Huxley va más allá, y ya en 1946 (hace la friolera de 68 años) se plantea qué puede suceder si China e India acaban industrializándose, que es precisamente lo que hoy ya ha ocurrido. Pues bien, frente a los defensores de esa industrialización permitida y fomentada por la globalización, que la ven como la antesala del más luminoso de los futuros, para Huxley esa industrialización asiática está “preñada de las más peligrosas posibilidades”. La situación que contemplaría sería una repetición de la que había experimentado el Japón antes de la guerra, sólo que ahora al Japón se le añadirían dos potencias demográficas como China y la India. De nuevo el engranaje de mecanismos que dieron origen a la guerra estaría operando: ppor un lado, las exportaciones de esos países amenazarían los empleos de los países occidentales, como por cierto está ya sucediendo; por otro, las demandas de recursos (alimenticios y de otro tipo) de esas potencias estarían creciendo, como se manifiesta en las tensiones en los mercados mundiales de productos alimentarios y de materias primas; y de nuevo, finalmente, ante el miedo a que los mercados mundiales se cierren ya hay una gran potencia emergente, como es China, que no parece ver el futuro con unos ojos optimistas en atención a su -llamemos- política imperialista de mercado por la que busca obtener el acceso a territorios en África y América Latina que le permitan tener un “espacio económico” propio que le sirva como base de recursos (alimenticios y de todo tipo) para anticiparse a que se llegue a la situación de que la globalización se desglobalice, que sufra un parón y vuelvan las políticas proteccionistas como ya pasó antes en la Historia.
Porque hay que pensar que esa pacífica política imperialista de China es de los más extraño dado que, fuera de ser la consecuencia de esa expectativa de que la globalización al final se frene (como ya ha pasado por cierto otras veces en la historia), carece de justificación económica clara. En efecto, si uno espera que los mercados existan y funcionen en el largo plazo, ¿para qué comprar los recursos básicos o primarios como tierras o fuentes de materias primas? Si no hay dudas de que los mercados van a funcionar en el largo plazo, si no hay dudas de que la globalización seguirá profundizándose, lo mejor para operar en un entorno económico de globalización pacífica siempre pasa por especializarse en las actividades donde se es más competitivo.
Sólo si se prevé como factible un futuro violento donde los mercados internacionales desaparezcan o dejen de funcionar tiene sentido para un país una política de acceso directo a los factores de producción como medio de conseguir los productos finales de que se necesita, como hizo Japón a través de su política de expansión territorial cuando la II Guerra Mundial. Si, por poner un símil, uno tiene confianza en que en el futuro va a seguir habiendo panaderías, lo mejor, lo más eficiente económicamente, es dejar a los panaderos el que hagan el pan, en tanto que los demás nos especializamos cada uno en lo que mejor sabemos hacer, ganando así un dinero que luego nos sirve para comprar el pan que necesitamos. Sólo si hay dudas de que en un futuro exista o funcione un mercado para el pan sería aconsejable el que cada uno se vaya buscando cómo acceder a un campo para poder plantar su propio trigo y poderse así hacer su propio pan.
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